Nadie es indemne a la angustia. Ni mucho menos los futbolistas, encerrados en un perverso sistema en el que el éxito debe ser la rutina, nunca la anomalía. El Atlético de Simeone comenzó a perder puntos cuando le hicieron creer que perder esta Liga sería poco menos que una deshonra. Mientras que el Barcelona, al que la noche del domingo se le dio por campeón cuando tres páginas atrás era sólo un equipo desahuciado, también evidenció que su principal enemigo no será el fútbol, sino la ansiedad.
Superó a un heroico Valladolid que sólo cedió cuando el árbitro le condenó a jugar con un hombre menos. Y lo hizo en el minuto 90 gracias a su jugador más incomprensible Dembélé, tras intervención de los suplentes Araujo y Trincao. El fútbol emociona porque nadie se lo explica. Los azulgrana quedan a un punto del Atlético, tambaleante líder de la Liga.
La citada ansiedad también pueden sufrirla los árbitros. Como Jaime Latre, que tuvo una pésima noche. Ya no tanto por no señalar un penalti por mano de Jordi Alba, que también se libró de que le señalaran una falta antes del gol definitivo, sino por expulsar a Óscar Plano por una zancadilla a Dembélé a diez minutos del final. Con una amarilla debía haber bastado. Pero la deficiente colocación mostrada por el colegiado durante toda la noche, sin duda, le condicionó.