A Guardiola le había costado 10 años volver al altar de la Champions. Una vez en el lugar, se hizo un lío del que no pudo salir frente a una roca del fútbol, un equipo impenetrable, representado por su capitán, Azpilicueta. No fue el único español que brilló en Oporto. También lo hizo Mateu Lahoz, impecable en el arbitraje. El intervencionismo extremo que ha llevado al técnico catalán dónde está, desnaturalizó demasiado a su equipo, el Manchester City, abierto en canal frente al peor rival posible, porque el Chelsea explota los espacios ajenos como ninguno. Thomas Tuchel no necesitó jugada maestra alguna. Simplemente, hurgó en los lapsus del hombre al que admira (0-1). La Champions que no pudo levantar el pasado año, en Lisboa, al frente del PSG, premia al verdugo de todos los españoles, Guardiola entre ellos.
En Oporto, Guardiola tomó una decisión de mucho riesgo, porque había visualizado un partido en el que quería al City que mejor podía representarlo: ofensivo, dominador. Guardiola retiró a su mediocentro natural, Rodri, para dejar el ombligo a Gündogan y Bernardo Silva, con Foden escorado y De Bruyne por delante, como ‘falso nueve’. La realidad es que Foden tiene alma de delantero, y el alma puede, sobre todo en futbolistas tan jóvenes. El City, pues, se dibujaba en un 4-2-4 que multiplicaba las opciones ofensivas, pero dejaba amplios espacios en caso de robo o pérdidas. El Chelsea los encontró desde el principio, hecho que acabó por crear mucha inseguridad en una defensa que había crecido esta temporada, en especial por la incorporación de Ruben Dias. El día de autos fue un flan.