La semana pasada, concretamente el 1 de julio, el Atlético pagó al Chelsea los 55 millones acordados hace un año para completar el traspaso de Álvaro Morata. Durante un año y medio, el delantero madrileño ha vivido cedido en el club rojiblanco, porque era la única fórmula posible para acometer la operación. No había otra manera de que salieran los números. En las oficinas del Metropolitano no olvidan las ásperas negociaciones con la cúpula londinense. Aunque no tan duras como las que fueron necesarias para traer de vuelta a Diego Costa.
Desde hace nueve días, Morata es propiedad del Atlético hasta 2023. Y, cosas del destino, desde entonces, su olfato y su puntería parecen haberse desatado. Tres goles en los dos últimos partidos (doblete ante el Mallorca y diana en Balaídos), ambos como titular, le han devuelto el foco que pareció perder durante varias fases de la temporada. Si Costa asomó en el reinicio de LaLiga, tras el parón por el coronavirus, ahora es él quien se muestra más lúcido delante del portero rival. Con los cuatro tantos que ha firmado en este mes, ya suma 12 en la competición local, con tres partidos aún por delante hasta el cierre. Porque Álvaro es un tipo que se mueve entre rachas anotadoras. Puede que su cifra no parezca nada del otro mundo. Sin embargo, la temporada pasada Antoine Griezmann, máximo goleador liguero del equipo, no pasó de los 15. El 25% de los goles del conjunto rojiblanco (47) son ahora mismo suyos.
En esta primera temporada completa junto a Simeone, a Morata le ha pasado de todo. Aquella tonta expulsión en Mallorca, con dos amarillas en dos minutos, que le impidió jugar el derbi frente al Real Madrid. Su soberbia racha en otoño con seis goles en seis partidos (dos en Champions), con algún que otro borrón. Un par de inoportunas lesiones, en el arranque del curso y el delicado mes de febrero. Y, sobre todo, aquella inolvidable prórroga en Anfield, donde acabó arrodillado frente a la afición del Atlético, pidiendo perdón por cosas de su pasado blanco, tras sellar medio cojo el pase de su equipo a cuartos de la Champions. Su icónico gesto tras marcar fue el último y grato recuerdo de los seguidores atléticos, antes de que el coronavirus lo detuviera todo.