En el último partido, los médicos del Real Madrid se levantaron asustados al ver caer de mala manera a Karim Benzema, poco antes del descanso. Al entrenador se le cambió la cara del susto. «¿Ha sido la mano?», se preguntaron todos de inmediato. Se referían a la derecha, que en la fotografía que ilustra este artículo se puede ver bajo vendas y sujeciones. Oculta el meñique izquierdo, deformado y pendiente de una operación en la segunda falange desde enero de 2019. No quiso pasar por el quirófano y dejar a su equipo sin su participación durante muchas semanas. Y así sigue desde entonces. Esa protección se ha convertido en un amuleto para él. Le trae suerte, dice.
«Hombro, hombro», aclararon rápido a Zinedine Zidane, que respiró aliviado. El propio delantero tranquilizó a todos en el vestuario. «Puedo seguir». Era la clavícula, un fuerte golpe, pero asumible. Si algo ha demostrado el francés en el último año y medio es saber jugar (bien) con molestias. Ese dedo averiado, doloroso cada vez que debe apoyarse en él, no le ha impedido exhibir en este tiempo su mejor versión futbolística, donde a la calidad de siempre y capacidad combinativa ha incorporado un acierto goleador nuevo y, sobre todo, un compromiso por la camiseta que quizá nadie esperaba bajo esas maneras aparentemente despistadas.
Zidane y Florentino Pérez, técnico y presidente del club, miran con satisfacción y un punto de orgullo el consenso general que la figura del nueve ha logrado. Ellos llevan con su bandera desde hace más de una década, cuando le descubrieron en Lyon.