Lo desconocido genera incertidumbre. Es inevitable, porque amenaza el instinto de supervivencia de la condición humana. Lo desconocido, hoy, es un virus que anda suelto, por lo que a la incertidumbre se añade el miedo. Competir en ese contexto es una doble competición, contra los rivales, contra las circunstancias y contra uno mismo.
No hay razón que explique mejor el caminar del Madrid sobre el paisaje lunar de esta Liga diferente a todas, con sobresaltos hasta el último minuto, en la que su fiabilidad ha sido mayor a la que mostraba cuando lo tenía todo, su estadio, su público. Se trata de un equipo emocional, capaz de pasar de la nada al éxito, de cero a 100 en un partido, un competidor puro. La mano de Zidane ha hecho muchas cosas bien, es cierto, pero de poco sirve la buena mano en un contexto contaminado.
Al contrario que el Barça, que culmina su descomposición con la derrota ante Osasuna, el Madrid ha sabido adaptarse, administrar sus recursos, priorizar y apartarse del ruido, sostenido sobre tres liderazgos claros: Florentino Pérez, Zidane y Sergio Ramos. Cada uno en su sitio, el club, el banquillo y el campo. No siempre fue de ese modo, pero es el modo que ofrece tranquilidad, necesaria para la regularidad que exige la Liga.
La número 34 del Madrid, conquistada después de un ejercicio de autoridad frente al Villarreal, mediante el control y la presión, aunque eso no impidiera un final infartante, con Courtois en la cancela, es la segunda de Zidane como entrenador, con una espantá entre una y otra, y después de un regreso cargado de dudas. Son ocho títulos más que el Barcelona, pero la diferencia responde a la historia, no a los tiempos contemporáneos. El Barça ha ganado 10 de las 20 Ligas de este siglo, por siete de los madridistas.
Zidane, de hecho, sólo ganó una como futbolista en cinco temporadas en el Bernabéu. Como técnico, dos en tres cursos completos y otros dos incompletos. El cenit del francés son sus tres Champions, título que como jugador sólo saboreó al llegar al Madrid, pero su obsesión por la Liga ha sido permanente. Sabe que es la competición que determina el pulso del equipo y el club, que genera la opinión y que refleja el día a día, su trabajo. La Liga la conduce el entrenador; la Champions la decide el gran talento, como él mismo hizo con su volea en Glasgow.