Un hombre discreto, empeñado en entrar en la mente de los jugadores y que no rehúye los retos. Javi Gracia (Pamplona, 1970) coge las riendas del Valencia casi sin hacer ruido, pero con un bagaje en sus alforjas que no alimenta desconfianzas. Hace tres años ya estuvo en la agenda de Mateu Alemany mientras sufría el duro invierno en Rusia y desde entonces ha probado en la Premier League, donde llevó al Watford hasta la final de Copa. A Mestalla llega aún más maduro. ¿Lo conocía Peter Lim? No, pero los informes que ha ido recabando desde Singapur le dibujaron un perfil en el que confía.
Como futbolista y como técnico, Gracia ha trotado por medio mundo buscando vivir de su pasión y combinando las dos caras que le ha enseñado el fútbol. Se rehízo de la frustración de no jugar en el Athletic, donde se formó, para disfrutar del ascenso a Primera del Lleida, de su notable paso por Valladolid y Real Sociedad y de sus buenos momentos en un Villarreal que despegaba.
En el banquillo se estrenó con mariscadas en Pontevedra, le dejaron a deber en el Cádiz, al que devolvió a Segunda, y vio el fútbol corrupto por dentro en el Olympiakos y el Kerkyra griegos. Al Almería llegó como alter ego de Unai Emery y colocó al equipo en Primera, antes de que la temporada siguiente se martirizara con el descenso de Osasuna. Nunca vistió la camiseta rojilla, pero sus ídolos en los cromos de los 80 fueron Echeverria, Iriguibel y Martín.