753 partidos. Casi nada. Leo Messi recibió la primera expulsión de su carrera en el Barcelona en la final de la Supercopa ante el Athletic Club. El delantero argentino le dio un manotazo en la cabeza a Asier Villalibre a escasos segundos del final de la prórroga, ya con el encuentro con resultado 2-3, y vio la tarjeta roja directa. Gil Manzano tuvo que revisar la jugada en el VAR, pero no tardó ni dos segundos en darse cuenta de los hechos y en sancionar la acción del capitán azulgrana.
Mientras Villalibre, ikurriña al cuello, agarraba su trompeta para arrancar una celebración que, pese a las restricciones, con seguridad fue larga, las caras mustias de los jugadores del Barcelona se agolpaban en la banda, esperando a cumplir con lo que el protocolo demanda de los subcampeones para irse a casa a masticar su derrota. Especialmente Messi, que ni siquiera subió al palco a recoger la copa de segundo clasificado. Tuvo que ser Busquets, ataviado con una mascarilla, quien ejerciera tan desagradable labor. Una vez más, y pese a ser el capitán, el argentino desaparece de la escena cuando vienen mal dadas.