Durante su época en Lille, antes de dar el salto a Londres para jugar en el Chelsea y sin pensar siquiera en su gran sueño de vestir la camiseta del Real Madrid, Eden Hazard repetía a los entrenadores y a los periodistas de la ciudad francesa que él prefería jugar a entrenar. Algo lógico para cualquier futbolista pero que en él se potenciaba todavía más. Vivía pegado al balón, evolucionaba con él. Muchas veces, los aficionados interpretaban esas declaraciones como una falta de ética de trabajo. No era así. «Prefiero jugar a entrenar, pero eso no quiere decir que no trabaje», se defendía él, en unas palabras en L’Equipe. El foco del belga está en el balón y en los partidos oficiales. Así lo hizo en el Lille y en el Chelsea, donde apenas sufrió lesiones musculares, y así lo ha hecho en el Madrid.
Después de pagar 100 millones por él, el belga no llegó en las mejores condiciones a su primera pretemporada como jugador blanco y lo pagó. Sufrió una lesión muscular que le obligó a entrar tarde en la dinámica de la plantilla, llegó la entrada de Meunier y en año y medio no ha logrado escapar de la enfermería. Ahora afronta un nuevo parón en su temporada. Estará un mes fuera por una lesión en el recto anterior de la pierna izquierda. Otra piedra en su camino para desesperación de la zona noble del Santiago Bernabéu, de Zidane y de sus compañeros. Técnico y vestuario adoran al ‘7’, que ha encajado bien en el núcleo francés de la plantilla (Benzema, Varane, Mendy…), y saben que las aspiraciones europeas del equipo pasan por él. Con 30 años recién cumplidos, el madridismo tendrá que seguir esperando a Hazard.